carta 5: hace frío y estoy lejos de casa

Lo que todavía me fascina es la semántica de las calles, sin rúbrica militar ni escalafón. No hay avenidas coronel ni general, no hay plazas comodoro ni almirante, ni siquiera un callejón sargento. ¡Los nombres eran tan ingenuos, frescos! Calle luna, calle viento; calle estrecha, calle ancha. Pero pronto aparecieron los césares, las marquesas, los reyes y emperadores. Entonces supe que estaba caminando por una yeca con pasado, que tampoco era inocente. Y me caminé todo. Buscando bares. Necesitaba una dosis urgente de medialunas de manteca, un alfajor de dulce de leche. Moscato, pizza y fainá. No tuve suerte. Ni siquiera con la pizza. Si no está chorreando infinita musarela, no me sirve. A cambio, me quedé en los bares por los partidos del mundial. Eso es esencial para todo inmigrante recién llegado. Al principio, no tenés ni tele ni internet ni conocidos con tele o internet. Saber en qué bares pasan el partido que querés ver, es información privilegiada. Y si antes no mirabas fútbol, ahora resulta que sos fanática y por supuesto, hincha del Barça. Y de cualquier otro equipo de la liga europea donde juegue un argentino. Desde aquel momento, ya comprobé que un bar, no siempre es esa mezcla milagrosa de sabihondos y suicidas. Acá no entran por la charla o la poesía, entran por la birra. Escabian una bocha ¡sin ponerse en pedo!: ¿cómo hacen? Vos sos más de cafecito, de tertulia indefinida, opinás de todo, arreglás el mundo. Pensás que podés seguirlos, pero tu cultura alcohólica es más ausente que evidente. Y entre copa y copa, estrenás tu primera curda del exilio. A la hora del levante, la cosa es igual de concreta: sin chamuyarte bajito de amor, se saltan el verso y van directo a los bifes. Es que llegaste a la parte del mundo donde sólo los hechos cuentan. Vos tenés una fe: que la buena intención es suficiente y que siempre hay salvadores en camino. Pero no importa todo lo que esperés o todo lo que prometas. No vale de nada si no podés demostrarlo. Acá pesan las cifras exactas, las pruebas tangibles, los resultados comprobables, los contratos firmados. Cuando las reglas están para cumplirse, de qué te sirve ser atleta del rin-raje. En el formulario que te dieron, tenés sólo dos casilleros: blanco o negro. Y yo soy marrón. Soy de los arrabales desmantelados del mundo, una fábrica de excusas, aproximaciones, improvisación. Soy promesas sobre el bidet. Y acá me piden certezas. ¿Vos sabés quién soy yo? No. No tienen ni idea. Hay que empezar de cero. Encima, este invierno fue malo y creo que olvidé mi sombra en un subterráneo. Pero al menos tengo un piolín, mi cultura de resiliencia y una biblia junto al calefón. Soy tantas cosas revueltas, que al final salgo a flote por pura creatividad.

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