carta 6:  no llores por las heridas

Todavía no entiendo los horarios de apertura ni de cierre. Tampoco termino de aprenderme los feriados. Al final me entero de prepo: siempre coinciden con los días que decido ir al super. 2 de abril, 25 de mayo, 9 de julio, pasaron a ser días normales como cualquier otro, pero igual me siento rara. El 12 de octubre, festejan otra cosa, mejor ni recordarlo. Es un quilombo averiguar qué domingo me toca saludar a mi vieja, por el día de la madre ¡de allá! Las horas de comida las tengo todas mezcladas. Sin avisarte, te cambian del horario de invierno al de verano. Me levanto, y es de noche, salgo del laburo, y es de noche otra vez. Así que vivo a oscuras. Y a destiempo. Llego tarde. O muy temprano. O no llego nunca. Y quedás para el orto si llamás después de las 20. Y así vas metiendo la pata una tras otra. Pero vos seguís insistiendo y hacés todo lo posible por caerles bien y parecerte. Si hasta querés saber qué opinan de vos y encima que te lo cuenten ¿cómo nos ven a los argentinos? ¿qué pensás de Argentina?… Pero el gran interrogante del residente local es otro completamente distinto ¿sabés lo que se están preguntando ellos?… con ese país tan grande y tan rico… ¿tuviste que venirte hasta acá para ser camarera? ¿Me dijiste que sos psicóloga? Socióloga ¿Qué más me dijiste que estudiaste? ¿Publicidad? ¿También sos profesora de yoga, de pádel, de inglés? ¿Y por qué hablás así? ¿Estás llorando? ¿Te pesa tanto la vida? Y sí. No te das cuenta, pero sonás a viejo fueye desinflado. Sos rebuscado lamento hasta para dar las buenas noticias. Vos aprendiste que el que no llora no mama… y ahora ese cantito lastimero no te lo quita nadie. Y es cierto, de este lado del charco, todos somos, todos fuimos, alguna vez, mozos: el laburo que nunca falta y el que menos decepciones te da. ¿Te acordás que allá no querías laburar para tu viejo ni para tu cuñado? Si fuiste orgullosa, cobarde o simplemente fiaca, acá sacás pecho y te arremangas como una valiente. Hacés changas para todo el vecindario, a nada le decís que no y así te llueven las ofertas: volantear folletos, hacer encuestas, lavacopas, cuidás bebés, cuidás ancianos, das masajes, limpiás baños. Ya cambiaste pañales para todas las edades y de todos los tamaños. Ya les planchaste todas las sábanas. Ya barriste sus terrazas hasta que te salieron ampollas en las manos. Y si te queda tiempo libre el domingo, hacés unas prepizzas, pastafrola y chocotorta para venderles. Todo sea por llegar a fin de mes. No te sobra ni un cobre. ¿Ahorrar en euros? ¡Qué ingenua! Vaya donde vaya, la mishiadura me persigue. ¡Las crisis económicas me persiguen! Salgo de una para meterme en otra peor. El granero del mundo, el río más ancho, las minas más lindas, la 9 de Julio, el Aconcagua… por más que lo agrandemos todo por fuera, bien adentro y al fondo, me siento una poligriya. Soy cultura de la escasez. Buenuda y pobrecita. Déficit y dificultad. Clamor y vértigo. Y por tanta carencia y pena autogestionada, pasa inadvertida esa curiosa y potente identidad marketinera. ¿Sos argentina? Y ahí nomás te largan la lista: Messi, Maradona, el Papa, la reina Máxima, el Che, Mafalda, Tango, Eva, el bife y el asado, Patagonia, un Malbec y Valeria Mazza. No esperés la pavada de que te nombren a Piazzolla, Borges o Cortázar, Alfonsina o la Pizarnik. Y menos que la emboquen con Buenos Aires: están convencidos que la capital de Argentina es Río de Janeiro. Y por más que practique, ya no puedo renunciar a mi triste queja oriyera…  ¿Pero sabés qué? aunque siga llorando y suspirando, se vuelven locos con mi acento argento.

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